martes, 26 de enero de 2010

LA HUERTA DE CAMPANAR, UN ENFERMO TERMINAL

Ricardo González Villaescusa

Levante-EMV, Teritorio y Vivienda, 17 de mayo de 1998

La huerta de Campanar en Valencia está destinada a ser el último mohicano de una forma de vida y de una sociedad que se nos escapa poco a poco de entre las manos.

El análisis realizado hasta el momento por los que han defendido ese pedazo de huerta se inscribe exclusivamente en la reivindicación patrimonial, lo que ha conducido a la paradoja de proponer la protección de parte como símbolo del todo: los molinos y alquerías, como emblema de la huerta, cuando lo que se pretende es la conservación de ésta.

A mi modo de ver, la paradoja se debe a la incapacidad de definir la naturaleza de aquello que va a desaparecer y, en consecuencia, de aquello que queremos preservar; y a la angustia que provoca en los actores principales de estas propuestas el atisbo de una solución que entraría en contradicción con lo que ya es un hecho. ¿Cómo conservar la huerta sin que conlleve un freno al progreso y a la necesaria expansión urbana, sin entrar en contradicción con el pensamiento único imperante?

Los molinos o las alquerías, en ocasiones medievales, son la solución ante lo inevitable. Clasificables más o menos fácilmente dentro del patrimonio histórico y con elevaciones arquitectónicas de consideración, significan objetos aprehensibles, a falta de poder conceptualizar lo que en realidad se encuentra en peligro: la huerta. Intentaré, pues, emitir un diagnóstico y proponer un tratamiento global.

Especificidad
Uno de los elementos estructuradores que componen un sistema agrario es el hábitat rural, en nuestro caso las alquerías, cuyo interés se entiende por su valor patrimonial histórico o etnológico. El sistema agrario también está compuesto por el sistema de cultivo o conjunto de técnicas y especies vegetales puestos en práctica por los labradores para extraer los frutos de la tierra.

En la huerta de Campanar saltan a la vista las pinceladas de una paleta variopinta de cultivos huertanos tradicionales: acelgas, alcachofas, habas, cebollas... indicadores de una agricultura de subsistencia, frente al monocultivo generalizado del naranjo, más propio de una agricultura especulativa.

El tercer elemento constitutivo de un sistema agrario es la morfología agraria, el diseño de las parcelas, y en nuestro caso de las acequias, indicio de una determinada forma de racionalizar el espacio agrario y de construir los escenarios de la producción campesina, dejando grabado en el suelo la impronta cultural de aquellos que los construyeron. La autoría de esta actividad es discernible gracias a los análisis de arqueomorfología, que generan conocimientos sobre la plurisecular construcción de un paisaje histórico.

Los molinos —una unidad técnica, entre otras— o las alquerías son, pues, en rigor, una parte mínima de un sistema más vasto en vías de desaparición como es la huerta. En un hipotético exceso de proteccionismo patrimonial, del que, por otra parte, no debemos preocuparnos, ¿podemos imaginar un molino harinero descontextualizado de la huerta que le vio nacer y que se accionaría con una moneda, como ocurre en numerosas capillas de iglesias italianas de regiones especialmente turísticas? ¿Puede imaginarse algo más decadente? El objeto de interés, inconfesable en voz alta, es la huerta completa, en su totalidad. Quizá no parezca suficientemente monumental desde un punto de vista artístico, pero no podemos olvidar que el origen primigenio de la riqueza urbana que permitió construir edificios como la Lonja o las torres de Serranos procedían de la huerta. Esa ciudad que nació y creció nutriéndose del campo circundante lo fagocita como si de Edipo matando a Layo se tratara. Pero en la tragedia, además del parricidio, el oráculo también predice la ruina de su generación, secándose los frutos en la tierra antes de llegar a término...

Valoración «in extremis»
Si las administraciones competentes no asumen la conservación de la huerta, ¿por qué no se ha actuado con el objetivo de documentar aquello que está siendo destruido, de la misma manera que se hace con el patrimonio histórico-artístico?

En Francia, las grandes operaciones de creación de infraestructuras —TGV, gasoductos...— van precedidas de vastas operaciones de arqueología preventiva, que tienen como objeto, además de las excavaciones y prospecciones patrimoniales, explicar la evolución histórica de las formas del paisaje —la morfología parcelaria entre otras—. El interés de proyectos de este tipo no radica exclusivamente en un mejor conocimiento del pasado, sino que permiten inferir indicios prácticos para la gestión actual del territorio.

También he tenido la ocasión de participar en un proyecto donde pudimos estudiar y analizar la huerta de la ciudad de Ibiza. La importancia de esta investigación no radicó sólo en el conocimiento histórico que supone la datación en época islámica de la huerta del territorio —hawz— de la madina de Yabisa, sino también en el hecho de haber determinado que se trataba de un parcelario de drenaje del marjal de la bahía de Ibiza. El desconocimiento actual de esta función por promotores y gestores, como el paulatino abandono de la huerta que rodea la ciudad, nos permitió entender que las inundaciones que afectaron a la ciudad en los años ochenta eran consecuencia directa de la inutilización de algunas de las acequias-escorredor que vierten sus aguas al mar. Si el estudio se hubiera realizado previamente y las conclusiones del mismo hubieran servido de criterio para la gestión actual del territorio, podrían haberse evitado las consecuencias de las inundaciones. ¿Es posible que la concurrencia de las ciencias sociales y de la naturaleza ayuden a la gestión del territorio en el marco de lo que hoy se define como desarrollo sostenido?

Si, como todo parece indicar, el destino de La Punta es el mismo que el de Campanar, como precio a pagar para que Valencia sea el principal puerto del Mediterráneo, no quiero dejar de indicar con suficiente antelación a su destrucción que las formas agrarias perceptibles en la zona indican, con toda seguridad, la existencia de un parcelario de drenaje de los antiguos marjales que llegaban hasta Ruzafa y que, en su estado actual, son el resultado de un privilegio de Pedro IV para drenar la zona pantanosa, retomando probablemente un anterior drenaje islámico abandonado.

Con la intervención patrimonial realizada en la huerta de Campanar, tardía, titubeante y dudosa, en cuanto a la ausencia de principios científicos que la generan, y con la definitiva destrucción de uno de los últimos reductos, susceptibles de ser estudiados, se pierde la última oportunidad de remediar constantes vacíos de la investigación histórica. ¿Qué sabemos del poblamiento rural antiguo o andalusí que rodeaba a la ciudad? ¿Qué sabemos de los orígenes del regadío, aparte de la reiteración hasta la saciedad de los clichés acuñados por la historiografía? Al menos, su destrucción tendría que haber generado conocimientos sobre lo destruido, a modo de testamento póstumo.

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