miércoles, 27 de enero de 2010

EL PALACIO REAL Y LA ARQUEOLOGÍA... ¿HAY ALGUIEN AHÍ?

Ricardo González Villaescusa
Josep Vicent Lerma

Levante-EMV, 15 de enero de 2007

Si como sugiere recientemente Julio Monreal «Veinte años (del Real) no son nada» (Levante-EMV, 11-11-06), vacunando con dosis de lucidez a los lectores desprevenidos de cualquier delirio reconstructor, plano en mano del Centre Historique des Archives Nationales (CHAN) franceses, de la demolida residencia de los soberanos de la Corona de Aragón. Asimismo, no es menos cierto tal como ya titulaba Pedro Muelas en una de sus afiladas ortigas del año 2005 que «Aquello sí que fue una falla» en clara alusión al devastador expolio de los elementos más valiosos de esta vetusta mansión palatina. Remachando el clavo con la denuncia de la falsa y manida dialéctica Almoina versus El Real: «Con el guión de acabar primero de estudiar los restos de la Almoina y luego volver al palacio han pasado ya tres mandatos de gobierno».
En este orden de cosas y abierta la caja de Pandora, por unas pesquisas parangonables con las del novelesco profesor de Harvard, Robert Langdon/Tom Hanks del Código Da Vinci, las ruinas del Palacio Real de Valencia han devenido a su pesar en un síntoma del depauperado estado de quiebra técnica y desballestamiento intelectual del actual modelo, si es que tal cosa existe, de una arqueología urbana valenciana, de gestión autonómica centralizada y financiación a expensas de los promotores privados.

Así las cosas, el hecho mediático de la plasmación en recientes titulares periodísticos de un supuesto encargo de un proyecto en dos fases para excavar los míticos despojos del Palau Reial, podría ser la prueba del nueve de que los responsables de la cultura de nuestra comunidad no saben qué hacer con los servicios municipales de arqueología extendidos por su alargada geografía.

Diríase que no existen problemas en el día a día de la gestión del subsuelo arqueológico de nuestras urbes: ¿cuántas excavaciones sufragadas por el erario público han visto la luz en forma de publicación académica?; ¿cuántas síntesis sobre las diferentes etapas culturales de las mismas?; ¿cuántos proyectos de arqueología preventiva? o ¿para cuándo la implantación de sistemas de información geográfica (SIG) informáticos como herramientas de administración arqueológica de las ciudades?

Pero sobre todo, ¿cuántos recursos económicos invertidos y cuánta información extraída de sus entrañas?... y que escasos resultados científicos públicos y publicados para disfrute y conocimiento de quien verdaderamente lo ha financiado: la sociedad valenciana.

Escenario infausto que ahora viene a consagrar precipitadamente el nuevo «Reglamento que regula la actividad arqueológica y paleontológica en la Comunitat Valenciana», exhumado de los cajones de la conselleria del ramo aprisa y corriendo por el director general de patrimonio cultural Manuel Muñoz. Normativa de inmediata aprobación por decreto del Consell, que se pretende imponer al sector y a los servicios arqueológicos municipales, fallida en su tipología de intervenciones (prospección, sondeo, excavación, etc.), apenas operativa en la praxis cotidiana de estas disciplinas y obsoleta en sus anticuados planteamientos, muy alejados de los habituales en los actuales pagos europeos.

Marco legal paradójicamente involutivo, que nace obsoleto si se coteja con la redacción original del artículo 58.6 de la Ley del Patrimonio Cultural Valenciano (Ley 4/98): «A los efectos de la presente Ley, se entiende por servicios municipales de arqueología aquellos departamentos o instituciones municipales, con arqueólogos titulados, encargados de la ejecución y supervisión técnica de las intervenciones arqueológicas que se lleven a cabo en su término municipal». Departamentos técnicos que ahora quedan descafeinados en la propuesta de nuevo reglamento y reducidos únicamente a «dirigir y ejecutar las actuaciones arqueológicas promovidas por el Ayuntamiento».

Estos servicios municipales, ya desprovistos de mayores cometidos en la gestión integral de la arqueología urbana, no parecen proporcionar respuestas eficientes a las necesidades del actual urbanismo de nuestras ciudades, encontrándose limitados e impotentes para redactar con nitidez los objetivos mínimos de un plan director que abriera el foco sobre las grandes infraestructuras o los paisajes históricos como l'Horta. Si se quiere, podrían estar avocados a evolucionar en el mejor de los casos hacia una incierta y utópica metamorfosis en centros de documentación e investigación o, a lo sumo, a la dirección y desarrollo de proyectos culturales singulares, capaces de incentivar el interés colectivo de la ciudadanía sobre los rasgos identitarios más privativos de su legado patrimonial.

A modo de corolario, aviso de navegantes y aprendices de arqueólogo, en lo concerniente a los posibles descubrimientos arqueológicos entre los venerables sedimentos de la Muntanyeta d'Elío, nadie espere encontrar una nueva Pompeya bajo Valencia. Por consiguiente, baste recordar las palabras de Alberto Tomás Cebriá allá por agosto de 1987, olvidado integrante del primigenio servicio de arqueología municipal (SIAM) del malogrado Don José Llorca, en el sentido de que allí se encontrarían «azulejos, columnas, restos de estatuas, etc». Rememorando además que «al plantar un árbol, se encontró una gran cabeza de mármol» (sic).

Coligiéndose, en todo caso, que dada la enorme superficie, no inferior a los 4.500 metros cuadrados, ocupada por el recinto palaciego bajo Viveros, los conocimientos sobre el monumental edificio obtenidos en la década de los ochenta del pasado siglo XX, por más que se ahonde en su estudio, podrían no ser mecánicamente extrapolables a las características materiales, constructivas y evolutivas de las restantes fachadas, crujías y patios de este magnífico complejo áulico, señero en la historia del arte valenciano.

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